Teatro

PEPE VIYUELA – TEATRO DEL BARRIO

El poeta y actor vuelve al Teatro del Barrio el 2 de abril, con Encerrona, que dirige Elena González. Fue en este escenario, cuando todavía era la Sala Triángulo, donde interpretó por primera vez al payaso que protagoniza este espectáculo unipersonal, que él mismo creó y constituye una metáfora de nuestra vida: estamos obligadas a actuar, a seguir adelante, aunque no sepamos dónde nos hemos metido. 
En una sociedad obsesionada con el éxito, el payaso se ve como el perdedor. Como una persona fracasada, torpe. Sobrepasada por tanta exigencia de productividad. Así que su presencia nos humaniza, reivindica nuestra fragilidad, nos conmueve.

No digan que no es para ponerse muy a su favor. Aunque, para el poeta y actor Pepe Viyuela, esa figura también es sinónimo de éxito: el que le dio aquel personaje estrepitoso que se enredaba en unas escaleras. Lo creó para poder navegar solo, ante el desafío que supone entrar en una compañía y permanecer en ella. Por primera vez lo representó en la Sala Triángulo, hoy ya cerrada y en cuyas instalaciones se ubica ahora el Teatro del Barrio. Y a este escenario vuelve, el sábado 2 de abril, con su icono.

Será en el espectáculo unipersonal Encerrona, que dirige Elena González. 

Un personaje engañado Encerrona es una reflexión sobre lo cotidiano desde la perspectiva del payaso. El personaje vive la experiencia de haberse quedado atrapado en el escenario. Cuando entra en escena no sabe dónde se está metiendo. Es un personaje engañado que ha llegado allí porque le han dicho que aquel era el camino, y de pronto se encuentra frente a un público que lo mira y parece exigirle algo: él no viene a actuar pero se ve obligado a ello. El terror que provocan las miradas de ese público lo lleva a querer escapar, a buscar una salida. Solamente hay una, pero hay “alguien invisible” que no le deja marcharse, y le obliga a permanecer en el escenario, enfrentándose a esos ojos que no se apartan de él. Así, durante una hora y cincuenta minutos, como un bufón de corte arrojado al salón del trono, se ve obligado a actuar para el público que lo observa. Sus únicos compañeros de travesía serán una serie de objetos cotidianos con los que intenta salir del paso: una guitarra, una silla, una chaqueta, un periódico y una escalera. Son su escudo, con ellos juega e improvisa, sufre y se divierte. Los objetos se transforman en sus manos en grandes amigos o en terribles enemigos, porque ha olvidado su uso, o quizá no lo ha sabido nunca. Como un niño, se enfrenta por primera vez a los objetos, para nosotros cotidianos, y para él absolutamente misteriosos y sorprendentes. Subir por una escalera o ponerse una chaqueta constituyen para él tareas casi imposibles. 

De nuevo nos encontramos ante una metáfora en la que el payaso es cada uno de nosotras y su juego no es sino nuestra vida, estamos obligados a existir y obligados a actuar. No sabemos dónde nos hemos metido pero tenemos que seguir adelante.